Ahora
imagina que fuésemos
capaces de renunciar a cualquier ilusión,
incluso a la de ser
inmunes a las ilusiones.
Que callamos, y al
callar descubrimos que el silencio también lo
disfraza todo.
Que todo lo que existe
tiene un nombre para cada cosa que
existe y existimos,
porque las cosas saben cada nombre
que cada una de ellas
nos ha dado. Imagina
que al pronunciar un
nombre, una sola palabra , recordásemos,
lo que las olas
insinúan, con sus innumerables lenguas, a los
peces reunidos a la luz
de los últimos reflejos, como oscuras
sinapsis extraviadas
esta tarde de marzo: que nosotros también fuimos dichos,
que
nada de lo dicho
pertenece a quienes administran las palabras,
que verdad
es lo que no se puede
poseer y, por tanto, somos verdad ahora,
al decir nuestros
nombres como las cosas los dicen, sabiendo
que callar es poco
hospitalario con los que ya no tienen qué
decir.
Imagina que fuésemos
capaces
de encontrarnos en
lenguas que no han nacido aún, que nuestra
larga canción de
despedida de un miedo
más profundo
el de la permanencia,
de donde las palabras nacen.
Que todo nacimiento es
un perdón.
Mirar como se miran las
cosas entre sí.
O este amor animal del
que volvemos, sabiendo que no hemos
perdido el mundo pero
sospechando
que nunca merecimos su
belleza
El tiempo menos
solo, Abraham Gragera
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