A
veces miramos hacia atrás para tomar el impulso que tanto necesitamos, pero
esto, en lugar de proyectarnos hacia adelante, nos frena; hace que nos
estanquemos y que no sepamos cómo
reanudar la marcha. A veces, en cambio, somos nosotros los que debemos
obligarnos a detener la marcha para sentarnos a hablar; a hablar con nosotros
mismos. A analizar, “rubro por rubro·”, no solo el pasado, sino el ahora. El ayer, el hoy y el mañana. A preguntarnos y
respondernos, a preguntarnos sin respondernos y a respondernos sin
preguntarnos. A veces es necesario. A veces necesitamos volver a descubrirnos y
aceptarnos; a veces necesitamos, también, reinventarnos. A veces.
Enclave
Como quien nada espera,
sentado frente al muro que levanta
dos árboles meciéndose
mirando en la distancia
la sombra desvaída de la ausencia,
la torpe maquinaria de las horas.
Como quien ve pasar delante —sin moverse—
la película gris de los recuerdos
y en nada ya repara o desespera,
sin que se note apenas, olvidándose.
Así, desde la noche, en el origen,
en el turbio presente casi exacto
de una vida pasada inútilmente,
ese ser que yo he sido —sin conciencia
siquiera de saberlo—, la figura
que ahora me contempla —la inocente
apariencia de su rostro—, parece interrogar
ante el espejo
una razón que valga la respuesta
de estar —frente a este tiempo—
aquí esperando.
Álvaro
Valverde
Contra Jaime Gil de Biedma
De
qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar
atrás un sótano más negro
que
mi reputación —y ya es decir—,
poner
visillos blancos
y
tomar criada,
renunciar
a la vida de bohemio,
si
vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso
huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano
de colemena, inútil, cacaseno,
con
tus manos lavadas,
a
comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te
acompañan las barras de los bares
últimos
de la noche, los chulos, las floristas,
las
calles muertas de la madrugada
y
los ascensores de luz amarilla
cuando
llegas, borracho,
y
te paras a verte en el espejo
la
cara destruida,
con
ojos todavía violentos
que
no quieres cerrar. Y si te increpo,
te
ríes, me recuerdas el pasado
y
dices que envejezco.
Podría
recordarte que ya no tienes gracia.
Que
tu estilo casual y que tu desenfado
resultan
truculentos
cuando
se tienen más de treinta años,
y
que tu encantadora
sonrisa
de muchacho soñoliento
—seguro
de gustar— es un resto penoso,
un
intento patético.
Mientras
que tú me miras con tus ojos
de
verdadero huérfano, y me lloras
y
me prometes ya no hacerlo.
Si
no fueses tan puta!
Y
si yo supiese, hace ya tiempo,
que
tú eres fuerte cuando yo soy débil
y
que eres débil cuando me enfurezco...
De
tus regresos guardo una impresión confusa
de
pánico, de pena y descontento,
y
la desesperanza
y
la impaciencia y el resentimiento
de
volver a sufrir, otra vez más,
la
humillación imperdonable
de
la excesiva intimidad.
A
duras penas te llevaré a la cama,
como
quien va al infierno
para
dormir contigo.
Muriendo
a cada paso de impotencia,
tropezando
con muebles
a
tientas, cruzaremos el piso
torpemente
abrazados, vacilando
de
alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh
innoble servidumbre de amar seres humanos,
y
la más innoble
que
es amarse a sí mismo!
Jaime Gil de Biedma.
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