viernes, 25 de agosto de 2017

Viriato en el Festival de Teatro Clásico de Mérida

Ayer fuimos a ver “Viriato” al Teatro Romano de Mérida, pero antes tomamos algo en la plazoleta Pizarro, en Castro Bar Carcacha. El trato inmejorable; el camarero que nos atendió no solo se mostró dispuesto a recomendarnos algunos de los mejores platos de la casa, sino que fue atento, educado y, sobre todo, muy amable. Muy bien. Mientras cenábamos, un niño rubio, con camiseta naranja de la marca deportiva Kelme, pantalón corto negro y chanclas blancas, corría toda la placita con una bicicleta roja que no tenía pedales. No podía dejar de mirarlo; todavía no sé qué me ocurrió, pero desde que llegamos hasta que nos fuimos estuve observando al pequeño. Pataleaba fuerte para que la bici corriera rápido, pero, cuando iba barrera abajo, levantaba siempre un pie y hacía fuerza con el otro. Siempre el mismo pie en el suelo y el mismo en el aire. Para mí era como un pequeño espectáculo. Todavía hoy puede ver su cara de felicidad y sus mejillas coloradas del esfuerzo.

La obra de teatro fue espléndida. Una representación magistral de los actores y una inmejorable puesta en escena del coro. Los personajes de Viriato y Cepión estaban perfectamente caracterizados, así como el de Minuros, Audax y la esposa del caudillo lusitano, entre otros. A medida que avanzaba la obra, iba contándole a Jorge algunos pasajes que evocaba sobre el personaje de Bariato- así aparece designado en la tragedia de Cervantes- en La Numancia. A medida que avanzaba la obra, también, establecía analogías, perfectamente razonables, con la situación social actual. Estoy segura de que esta obra no solo está pensada para contar las hazañas de Viriato, sino para concienciar al público, invitándolo a reflexionar sobre la paz y la guerra, sobre la codicia y el poder, sobre la verdadera realidad que asola al mundo: la intolerancia ante otras culturas y religiones como base de cualquier conflicto. No sé, me sorprendió escuchar ayer desde la fila 11 (33) decir a los personajes de la obra cosas como terroristas”, “en nombre de qué Dios se justifica este sufrimiento”, “tú me hiciste creer que podíamos crear una familia, que podíamos tener una vida llena de paz, y solo fue un sueño”. También otras como que el valor de la moneda corrompe al individuo y hace que este traicione hasta a su propia patria, como hicieron Audax y Minuros quienes, convencidos por Cepión, asesinaron a su general. Minuros, mientras clavaba la espada al que era su compañero y amigo, decía: “hasta las montañas, amigo; a galope hasta las montañas”. Esta frase, no sé por qué, me recuerda a aquel episodio de La Numancia en la que Servio y Bariato debaten sobre dónde esconderse antes de caer presos en poder de los romanos.

También me recuerda todo esto a un fragmento que leí una vez sobre la biografía novelada que María Teresa de León- una de las olvidadas del 27- hace de Cervantes: Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar:

¡Oh, libertad humana! ¿Dónde duermes? ¿Te conoce alguien?”

Yo hoy contestaría: “En el abismo. Nadie”.

 Jorge dice que va a leer La Numancia. Bien. A lo mejor yo vuelvo a sus páginas una vez más; tres o cuatro veces no han sido suficientes para apreciar el arte de decir de Cervantes en esta Tragedia, pues a pesar de que su labor como dramaturgo pasó desapercibida en la esfera teatral del Renacimiento, el Barroco y los siglos posteriores, debido al imperioso éxito de Lope de Vega con su Comedia Nueva, es necesario e importante conocer el esquema compositivo de la obra y los preceptos a los que está sujeta esta. Otra vez me sale la vena filológica. En fin, la literatura y yo nuevamente. 


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