Había
advertido su presencia como la de cualquier otro viandante que ronda y
vagabundea por el mundo, es decir, de manera superflua y nimia. De este modo
pero en el aula, no en las calles de aquella amable ciudad que, más tarde, nos
unió. El autobús urbano realizaba su ruta desde la universidad hasta el centro
de Cáceres. Fue ahí donde reparé en él. Su sonrisa descarada y llena de sueños
atrajo mi mirada. Me fijé en aquel individuo con ansías de vida como quien
observa, hechizado, una obra de arte. El tiempo me permitió comprobar que así
era; una obra de arte. Se sentó a mi lado y comenzó a entonar una canción
relacionada con la Virgen del Rocío. Lo
hacía mirando a una chica que vestía de lila. Esta sonreía, tímida, y apartaba su
mirada. A él pareció no importarle porque continuó con aquella melodía durante todo
el trayecto. A veces interrumpía su
canto para intercambiar algunas palabras conmigo. Aquel día, sin saber por qué,
lo invité a comer a mi casa. Aceptó
gustoso. Caminamos hacia el Rodeo como aquellos amigos que se conocen de toda
la vida y no necesitan más que una mirada para hablar y decir todo lo que el
alma esconde y calla.
Nada
había cambiado. Al mirar sus ojos negros sentí la misma complicidad que nos
unió allá por el 2011. Sentí cómo la amistad había vencido al tiempo, a la distancia física y al devenir de la vida. Sentí, de
nuevo, cómo una mirada es suficiente para hablar y decir todo lo que el alma
calla y esconde. Sentí que solo nos bastó una canción de fondo y unos ojos
frente a frente para darme cuenta de eso, de que nada había cambiado y de que
con él tenía la suerte de ganar siempre.
Ahora
vuelves a estar en la distancia, pero estás. Puedo verte en la sonrisa extasiada
e inocente de cualquier niño, en las conversaciones más profundas, en los ojos
de quien observa maravillado el mundo, en las palabras de aliento, en los
abrazos más puros, en las canciones que tanto te gustan, en el conocimiento de
que tu existencia alumbra mi camino; en el mundo y en la vida, sobre todo en la
vida. En la certeza de que volveremos a encontrarnos con las mismas ganas de
ayer y nada habrá cambiado.
Ahora
vuelves a estar en la distancia, pero, como siempre, estás.
Amistad a lo largo
Pasan
lentos los días
y
muchas veces estuvimos solos.
Pero
luego hay momentos felices
para
dejarse ser en amistad.
Mirad:
somos
nosotros.
Un
destino condujo diestramente
las
horas, y brotó la compañía.
Llegaban
noches. Al amor de ellas
nosotros
encendíamos palabras,
las
palabras que luego abandonamos
para
subir a más:
empezamos
a ser los compañeros
que
se conocen
por
encima de la voz o de la seña.
Ahora
sí. Pueden alzarse
las
gentiles palabras
-ésas
que ya no dicen cosas-,
flotar
ligeramente sobre el aire;
porque
estamos nosotros enzarzados
en
mundo, sarmentosos
de
historia acumulada,
y
está la compañía que formamos plena,
frondosa
de presencias.
Detrás
de cada uno
vela
su casa, el campo, la distancia.
Pero
callad.
Quiero
deciros algo.
Sólo
quiero deciros que estamos todos juntos.
A
veces, al hablar, alguno olvida
su
brazo sobre el mío,
y
yo aunque esté callado doy las gracias,
porque
hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero
deciros cómo trajimos
nuestras
vidas aquí, para contarlas.
Largamente,
los unos con los otros
en
el rincón hablamos, tantos meses!
que
nos sabemos bien, y en el recuerdo
el
júbilo es igual a la tristeza.
Para
nosotros el dolor es tierno.
Ay
el tiempo! Ya todo se comprende.
Jaime Gil de Biedma.
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