jueves, 3 de agosto de 2017

Amistad a lo largo

Había advertido su presencia como la de cualquier otro viandante que ronda y vagabundea por el mundo, es decir, de manera superflua y nimia. De este modo pero en el aula, no en las calles de aquella amable ciudad que, más tarde, nos unió. El autobús urbano realizaba su ruta desde la universidad hasta el centro de Cáceres. Fue ahí donde reparé en él. Su sonrisa descarada y llena de sueños atrajo mi mirada. Me fijé en aquel individuo con ansías de vida como quien observa, hechizado, una obra de arte. El tiempo me permitió comprobar que así era; una obra de arte. Se sentó a mi lado y comenzó a entonar una canción relacionada con la Virgen del Rocío.  Lo hacía mirando a una chica que vestía de lila. Esta sonreía, tímida, y apartaba su mirada. A él pareció no importarle porque continuó con aquella melodía durante todo el trayecto.  A veces interrumpía su canto para intercambiar algunas palabras conmigo. Aquel día, sin saber por qué, lo invité a comer a mi casa.    Aceptó gustoso. Caminamos hacia el Rodeo como aquellos amigos que se conocen de toda la vida y no necesitan más que una mirada para hablar y decir todo lo que el alma esconde y calla.

Nada había cambiado. Al mirar sus ojos negros sentí la misma complicidad que nos unió allá por el 2011. Sentí cómo la amistad había vencido al tiempo, a  la distancia física y al devenir de la vida.  Sentí, de nuevo, cómo una mirada es suficiente para hablar y decir todo lo que el alma calla y esconde. Sentí que solo nos bastó una canción de fondo y unos ojos frente a frente para darme cuenta de eso, de que nada había cambiado y de que con él tenía la suerte de ganar siempre.

Ahora vuelves a estar en la distancia, pero estás. Puedo verte en la sonrisa extasiada e inocente de cualquier niño, en las conversaciones más profundas, en los ojos de quien observa maravillado el mundo, en las palabras de aliento, en los abrazos más puros, en las canciones que tanto te gustan, en el conocimiento de que tu existencia alumbra mi camino; en el mundo y en la vida, sobre todo en la vida. En la certeza de que volveremos a encontrarnos con las mismas ganas de ayer y nada habrá cambiado.

Ahora vuelves a estar en la distancia, pero, como siempre, estás.

Amistad a lo largo

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.

Mirad:
somos nosotros.

Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.
Ahora sí. Pueden alzarse
las gentiles palabras
-ésas que ya no dicen cosas-,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.

Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.


Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

                                                      Jaime Gil de Biedma. 



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