A
la altura del paseo chico, en
Olivenza, Gerardito me dijo: “tita, creo que está lloviendo, me han caído unas
gotas de agua”, a lo que le contesté: “no digas tonterías, eso será el agua que
vierten los aires acondicionados”. Cuando nos montamos en el coche, empezamos a bromear sobre el no regalo de su
cumpleaños- al menos por ahora. Nos reíamos y yo era la que decía más tonterías,
pese a los 7 años que nos llevamos siendo yo mayor que él. Nos reímos; mucho además. Después, nos
dirigimos al mercadona a comprar comida para Birras y a la salida nos cayó una tromba de agua impensable en un
caluroso día de verano como este. Yo hacía una foto al cielo y le decía que el
momento era idóneo para cantar “I´m singing in the rain”. Él se adelantó y
entonó este verso rodeando una farola negra que teníamos cerca. Detrás fui yo;
hice lo mismo pero recreándome unos segundos más. Oía como me llamaba, riéndose:
“tita, ven ya por favor”. Cuando fui a abrir el coche nos dimos cuenta de que
su puerta estaba cerrada por dentro. Esos segundos que le saqué de ventaja cantando bajo la lluvia, los había
recuperado ahora, mientras me sentaba en mi asiento y le abría la puerta desde
dentro. Los dos, cada uno en su puesto, nos
miramos y nos reímos. Fuimos todo el camino hasta San Francisco escuchando música actual y quejándonos del dichoso
ruido que hacían los limpiaparabrisas. Cuando hicimos el cruce para tomar la
carretera hasta el pueblo, me acordé de mi padre. Me acordé de él porque,
cuando le decíamos que era una tortuga en
la carretera, nos decía que si iba despacio era porque le gustaba observar el
paisaje. Ahora, yo, obligada por el tiempo, a cincuenta km/h, como él hace ya
muchos años, recorría los 4 km de carretera que hay desde el cruce hasta la
entrada del pueblo. Observaba los campos mojados, el cielo gris y las cunetas
encharcadas. También a Gerardito peinarse con los dedos en el asiento de al lado. Hoy
me he dado cuenta de que la melodía más bonita del mundo es la risa de alguien
a quien quieres de verdad. Sabía que Gerardito se reiría si pasaba rápido por
la calle del paseo- ahora el del
pueblo- porque las ruedas del coche levantarían
los charcos y regarían, aún más, las plantas que en él se encuentran. Así fue.
San Francisco es un pueblo que se alaga con facilidad; cuando llueve de esta
manera, como la de hoy, las calles se visten de enormes charcos de agua y las barreras
simulan un caudaloso río. Cuando dejé a mi sobrino en casa me dijo: “vaya
manera de ir a perder el tiempo a Olivenza, tita”. Lo miré, sonreí y no le
dije: “no, no hemos perdido el tiempo; lo hemos ganado”. Después, camino de Badajoz, dejó de llover. Salió el arcoiris
y pude asistir a este espectáculo maravilloso y rutinario en días lluviosos.
Iba escuchando “Somos levedad” de Manolo García- cruzan nubes grises por un cielo turbio y feroz. Esta tarde espesa,
acodado en este balcón. Fumo y me consumo, en frente el Arco Iris Club-.
Qué casualidad. Como también lo fue acordarme en aquel preciso momento de aquel
texto que me escribió Jorge cuando hicimos siete meses- en mayo de 2009-. En él
hablaba de las siete maravillas del mundo, las siete artes y, entre otras
cosas, los siete colores del arcoiris. Decía que yo era la octava maravilla del
mundo, el octavo arte y el octavo color del arcoiris. Lo hiperbólicos que nos
volvemos cuando amamos de verdad.
Ahora,
no sé por qué, me acuerdo de una frase que enunciaron Jennifer Aniston y Gerard
Buttler en una película que escuchaba el otro día de fondo con mi madre, Exposados:
Ella:
la vida lleva implícito haber cometido
errores.
Él:
y la muerte arrepentirse de no haber cometido más.
Recuerdos y vivencias que se concretan gracias a la palabra. Vivencias y recuerdos.
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