Entré por una entrada distinta; el día anterior había
accedido al interior del cementerio por la puerta en la que está, justo al
lado, el puesto de información. Me dirigí a aquel lugar para coger un mapa y
localizar los nichos que estaba buscando.
"Div. 13: Emile Cioran (21)". Este fue
el primero que intenté buscar. Sin éxito. Más de una hora y nada.
-“Bueno, Mabel, vamos a intentarlo con el de César Vallejo,
que está por aquí cerca”- me dije-. "Div. 12: César Vallejo (96)"'.
Tampoco. Pensaba que iba a rendirme hasta que me di cuenta de que me encontraba
en la sección 17. Me había equivocado. Tampoco fue muy grande la sorpresa;
estoy acostumbrada a estas cosas que mucho tienen que ver con mi carácter y
forma de ser. -Nada- pensé-. Llevo más de 30 minutos en la
sección correcta y sigo sin encontrarlo- todo esto acompañado de un mar de
lágrimas en cada ojo-.
Cuando decidí salir de ese "apartado"
para dirigirme al lugar donde el mapa ubica que está Julio Cortázar, me topé
con una familia de peruanos sentados en una de las tumbas del camposanto. Mi
simpatía natural se disparó y solté un: "Holaaaaaaaaa"- muy
Extremeño, alargando la última vocal- a lo que contestaron, los cuatro,
amablemente.
Avancé unos pasos y escuché al que seguro era el padre de familia decir: "¿Cuál es la obra célebre de César Vallejo?" Contesté, absorta y estúpida, en bajo: "Los heraldos negros", hasta que caí en la cuenta de que la tumba en la que estos reposaban era la del autor peruano.
Avancé unos pasos y escuché al que seguro era el padre de familia decir: "¿Cuál es la obra célebre de César Vallejo?" Contesté, absorta y estúpida, en bajo: "Los heraldos negros", hasta que caí en la cuenta de que la tumba en la que estos reposaban era la del autor peruano.
-Perdona, ¿has dicho César Vallejo?- dije
-Sí, acá está su tumba- me contestó una señora
con una preciosa sonrisa.
Agradecí enormemente la simpatía de esta familia de cuatro y converse unos minutos con ellos. "Gracias, de verdad. Gracias" fue lo último que les dije.
Agradecí enormemente la simpatía de esta familia de cuatro y converse unos minutos con ellos. "Gracias, de verdad. Gracias" fue lo último que les dije.
Saltando como una imbécil me dirigí a "Div.
3: Julio Cortázar (23)".
-Joder, qué torpe soy- pensé cuando llevaba, de nuevo, un rato buscando algo que parecía que no iba a encontrar nunca. A mis espaldas, alguien me llamó la atención. Vi cómo se fijaba en el mapa que llevaba en mis manos y, sin decir nada, se lo ofrecí. Me dijo, en inglés, que estaba buscando el nicho de Cortázar.
-Joder, qué torpe soy- pensé cuando llevaba, de nuevo, un rato buscando algo que parecía que no iba a encontrar nunca. A mis espaldas, alguien me llamó la atención. Vi cómo se fijaba en el mapa que llevaba en mis manos y, sin decir nada, se lo ofrecí. Me dijo, en inglés, que estaba buscando el nicho de Cortázar.
-Ay, yo también- contesté intuyendo que hablaba
español.
El muchacho gritó, con una fusividad propia de
un enamorado- de la vida y del amor-, a su mujer:
-Vida, ella también está buscando a Cortázar.
Germán y yo miramos el mapa y decidimos buscar
juntos. Nos dividimos "las calles" y, en la distancia, hablábamos. Su
esposa- Gabriela- y él eran argentinos.
-"Yo de España; de Extremadura",
dije.
No sé si de verdad conocían mi tierra o mintieron diciéndome que era así.
Me preguntó por qué buscaba a Cortázar y si conocía su obra. Le contesté que era estudiante de Filología Hispánica -mi alma sigue anclada a la carrera- y que sí, que conocía su obra.
No sé si de verdad conocían mi tierra o mintieron diciéndome que era así.
Me preguntó por qué buscaba a Cortázar y si conocía su obra. Le contesté que era estudiante de Filología Hispánica -mi alma sigue anclada a la carrera- y que sí, que conocía su obra.
Seguimos andando hasta que Germán localizó al
autor Argentino y gritó a Gabriela:
-Gabi, mi amor, estamos aquí.
Me despedí de ellos con la alegría de haber
pasado un escaso espacio de tiempo con ellos y con la tristeza de saber que no los
iba a volver a ver nunca más. Lo mismo me ocurrió con los cuatro
peruanos.
Tras esto, me dirigí otra vez a buscar a Cioran
pero cesé la búsqueda porque seguía sin encontrarlo.
Antes de irme decidí ir a "Div. 6:
Baudelaire (5)". Jorge la había localizado el día anterior y, por ello, me
costó tan poco llegar hasta ella. Aun así miré el mapa. Descubrí que cerca de la
tumba había una pequeña fuentecita de agua. Bebí y me fui. Me fui como aquellas
gotas de agua por mi garganta; de manera fugaz, pero sabiendo que algún día
volvería.
Después escribía estas líneas en "La Fontaine Saint Michel".
El chico de enfrente leía y se tomaba
una cerveza. Yo escribía, en mi cuaderno, y también me bebía una cerveza. Una Heinken.
Mi favorita.
Me has recordado una experiencia sobre la que algo anoté aquí:
ResponderEliminarhttp://malama.blogspot.com.es/2009/02/julio-cortazar-25-anos.html
Felicidades
Gracias, Miguel Ángel. Y gracias también por referir tu entrada de 2009. Me gusta; enhorabuena.
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