Vestía camisa a rayas verdes y blancas,
pantalón vaquero, tenía el pelo cano, unas gafas con cristales amarillos y una
sonrisa jovial y sincera que, sin lugar a dudas, le restaba años. Parecía tener
40 y tenía lo menos 60 y tantos, cerca de los 70, como tendría mi padre
ahora. Eran las 19:35 y yo bebía un café en el bar de siempre, en aquel
con fachada roja y adornos de hierro en negro. Se paró, me miró y me dijo
una palabra que no he escuchado en mi vida, de ahí que ahora no logre recordarla.
Le contesté: "¿qué? Disculpa, no le
he oído", y me dijo: "que es
una maravilla ver a una joven leyendo. Ya nadie lee; me ha llamado mucho la
atención. ¿Qué estás leyendo?", volteé el libro, le enseñé la portada y
contesté: "Una obra de Luis Landero, autor de Alburquerque".
"Sí, lo conozco -dijo- ¿Tú eres de allí?- le dije que no, que era de un pueblo cercano a Olivenza- yo soy de Villanueva del Fresno. Ahora estoy con una obra de Gabriel García Márquez. Las he leído casi todas. Este hombre es mejor que Cervantes, es estupendo. También me gusta Cela". Le comenté que yo, hacía unos meses, había vuelto a leer "La familia de Pascual Duarte" y me dijo: "Uh, esa es tremenda, ¿eh? Cuando mata a su perro y ...". Dejé de escucharlo por un momento porque la literatura pasó a un segundo plano y lo que sus ojos decían y contaban atrajo toda mi atención; estaba entusiasmado y consiguió contagiarme; me contagió de vida. “Bueno, maja, adiós, sigue leyendo”. Se fue y no escuchó mis últimas palabras: “lo haré, seguiré leyendo; ahora y siempre”.
"Sí, lo conozco -dijo- ¿Tú eres de allí?- le dije que no, que era de un pueblo cercano a Olivenza- yo soy de Villanueva del Fresno. Ahora estoy con una obra de Gabriel García Márquez. Las he leído casi todas. Este hombre es mejor que Cervantes, es estupendo. También me gusta Cela". Le comenté que yo, hacía unos meses, había vuelto a leer "La familia de Pascual Duarte" y me dijo: "Uh, esa es tremenda, ¿eh? Cuando mata a su perro y ...". Dejé de escucharlo por un momento porque la literatura pasó a un segundo plano y lo que sus ojos decían y contaban atrajo toda mi atención; estaba entusiasmado y consiguió contagiarme; me contagió de vida. “Bueno, maja, adiós, sigue leyendo”. Se fue y no escuchó mis últimas palabras: “lo haré, seguiré leyendo; ahora y siempre”.
Me arrepiento de no haberlo invitado a sentarse
conmigo a conversar sobre literatura o sobre la misma vida. Espero volver a
verlo y tener la ocasión de decirle que aquel 23 de agosto cambió mi día con solo
un gesto; unas palabras y una sonrisa.
Entré en el bar, pagué el café- un euro- y
cuando salí el cielo me parecía más azul y la vida más hermosa.
Unas palabras y una
sonrisa. Maravilloso. Gracias.
¡Qué bonito, Pin!
ResponderEliminarVolveréis a encontraros otro día.
Ojalá, Jorge, ojalá.
ResponderEliminarYa sabes que estas cosas me ponen muy tonta y sensible pero también me hacen muy feliz. Parece algo imposible.