Llevo
varios días acordándome de él. Tenía una sonrisa preciosa y una manera de ver,
vivir y disfrutar la vida envidiable.
Cuando
me conoció, en una reunión familiar, se sentó a mi lado y se pasó todo el día
pellizcándome el moflete mientras, con fuerza y dulzura, se mordía la lengua.
Siempre se mordía la lengua. Cualquiera que lo recuerde -somos muchos- sabe que
era un gesto muy característico de él. Solía dar, también, fuertes golpecitos
en la espalda en señal de aprecio.
Repartía
el pan con una energía envidiable. Cruzar las puertas de aquella panadería
situada en la carrera, en Olivenza,
era, imagino, como atravesar las puertas del cielo. No por el olor a dulce y la calidez del local sino
por la presencia celestial de un ser que hacía feliz y alegraba los días a
cuantos lo conocíamos. Un cielo que ahora ocupa y en el que seguro sigue
haciendo feliz a mucha gente.
A
mi hermano Chané y a mi madre les preguntaba, continuamente, por Jorge (¿dónde está el sinvergüenza de mi sobrino?) y
por mí, para apuntar, siempre, al final: ¡qué bien viven estos dos!
Recuerdo
nuestra última conversación con la nostalgia de quien sigue necesitando que le aprieten la mejilla, y con el cariño de
quien tuvo la oportunidad de conocer a alguien tan especial como tú.
Tenía
que ser un día feliz. Estábamos de celebración. Ese día dos personas se juraron
amor eterno delante de más de cien personas. Tú, desde un lugar en el que
creías pasar desapercibido, observabas aquel espectáculo: la música, las luces,
aquellos cuerpos con trajes de gala que se movían al compás de las canciones,
las risas y sonrisas, y los besos apasionados de quienes parecían olvidarse del
mundo a pesar de estar en medio de la pista. Lo que no sabías es que yo, ajena
a la música y a las luces, desde una silla, te estaba observando a ti. Entonces
me levanté, me acerqué y te dije:
-¿Qué
tal?, ¿qué haces?, dije.
-Observando,
me contestaste.
Dos
espectadores, ahora juntos, observando aquella función mágica, porque nos bastaba con sabernos agregados al mundo,
testigos y parte de las cosas.
Una
espectadora, hoy, que recuerda una última conversación, un último día
observando juntos el espectáculo del mundo, lo maravilloso de vivir.
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