Oye,
las cosas como son. Siempre es mejor ser sincera aunque esto nos traiga más
cosas negativas que positivas.
Todavía
recuerdo cuando el año pasado, por marzo, empecé a ahorrar para pagarme la matrícula del maravilloso máster que estoy cursando pero del que, por desgracia, terminaron ayer las clases.
¡Qué pena!, un disgusto…
Llevaba
400 euros ahorrados que tuvieron que esperar unos meses hasta ser repuestos
porque, en mayo, Cholito enfermó y
fue operado dos veces (le realizaron dos gastropexias). La madrugada que lo
llevé a urgencias a un Hospital Veterinario de Badajoz-donde le hicieron mal la
primera operación, todo sea dicho de paso- me cobraron 160 euros por
preguntarme la raza del perro (encima la doctora
insistía en que el animal que llevaba conmigo tres años era un chow chow. ¡Señora,
es un Shar pei, no se lo digo más!), por la consulta nocturna y por una
radiografía. Menos mal que en el Hospital Veterinario de la Universidad de
Cáceres consiguieron operar bien al que está ahora otra vez bien gordito y
hermoso. El día que lo trajimos a Cáceres para que los especialistas le
realizaran la segunda operación, pudo bajarme aún más la cartilla de ahorros
pero no fue así. El peor viaje de mi vida: una hora de camino (Badajoz-
Cáceres) con un animal en el asiento de atrás y un estómago a punto de
reventar. Llorando, obligué al conductor a que se saltase el primer semáforo de
la Avenida Alemania. Ay, la policía justo detrás. Se colocan a nuestra derecha
y nos indican que paremos el coche un
poco más adelante. Encima Cholito, que
llevaba el estómago inflado porque nosotros no podíamos trocarlo, no llevaba el
cinturón puesto. ¿Multa doble? Da igual, lo que no podíamos era perder más
tiempo…
-¿Tanta
prisa tenéis? Documentación.
Enseñamos
la documentación.
-No
entiendo ese afán de los jóvenes por ir corriendo con el coche a todos los
sitios, a ver, ¿por qué os habéis saltado el semáforo?
-Porque se nos viene
muriendo el perro. Lo siento, sé que está mal lo que hemos hecho pero el perro
viene en muy mal estado y encima ella está
muy nerviosa.
Cuando
escuché esas palabras creía que era yo la que se moría. Un mar de lágrimas
inundó mi cara y empecé a temblar sin mirar a los jóvenes policías. Estos,
asustados, nos dejaron ir porque no querían presenciar una muerte en directo.
No la de un perro, sino la de una joven a la que estaba a punto
de darle un infarto. Yo ni siquiera me enteré de que nos habían dejado ir sin
ponernos una multa. Era tal mi estado de nervios que no me enteré de lo que
allí estaba sucediendo. Descubrí que nos habían dejado circular sin ponernos la
sanción cuando dije:
-No
pasa nada, lo importante ahora es llegar cuanto antes a la universidad para que
operen cuanto antes al perro. Ya pagaremos luego las multas. Las pago yo que he
sido la que ha querido saltarse el semáforo; sea el dinero que sea.
Unos
ojos mirando para atrás por el espejo retrovisor del coche y una voz
entrecortada, por la risa, contestó:
-Mabel,
¿no te has enterado de nada, no?
Después
de este incidente que sucedió en mayo, seguí trabajando y ahorrando todo el
verano hasta que, en agosto, con casi todo el dinero de la matrícula ahorrado,
Virginia me dio la noticia de que se nos había pasado echar la preinscripción
del máster.
Cuando
lo supe me empecé a reír. Literal. Llevaba ahorrando, otra vez, tantos meses
para algo que ahora podía ni siquiera darse.
Mi
madre, hermanos y amigos me dijeron:
-Mabel,
¿dónde tienes la cabeza?
-En
todos y en ningún lado, no contesté y tenía que haber contestado.
Al
final entré en este, el máster que tantas
alegrías me ha dado. Y aquí estamos, menos mal que la hostelería me
permitió ahorrar esos 1.083 euros para hacer este, el máster que tantas alegrías me ha dado. Y aquí
estamos, un día después de haber terminado las clases que tanto me han aportado
después de disgustarme pensando que podía no entrar en este, el máster que tantas alegrías me ha dado. Y aquí
estamos, una vez más siendo papeles y no conocimientos gracias a este, el
máster que tantas alegrías me ha dado.
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