“Una vez, después de ganar
terreno milímetro a milímetro, mi antebrazo desnudo logró rozar a penas su
antebrazo desnudo, fue uno de los momentos más fantásticos de mi vida, y cuando
digo desnudo lo digo con toda la intención y el misterio que puede tener esa
palabra, su piel toda desnuda y en la más completa desnudez, no es fácil de
explicar, y ella no apartó su antebrazo desnudo sino que lo dejó allí, en su
sitio, inmóvil en su sitio, desnudo e inmóvil, y ya casi al final de la
película yo hice como que me reacomodaba en el asiento y apreté un poco más mi
antebrazo desnudo contra el suyo también desnudo, y ella se mantuvo firme,
atenta a la pantalla pero firme en su posición, es decir, dando su
consentimiento, diciéndome: adelante, vamos, adelante y revalidando su decisión
al encenderse ya las luces y mirarme con una sonrisa pícara y complaciente, o
eso al menos me pareció a mí. Y otra
vez, al despedirnos, con aquella costumbre que tenia de mezclar los alientos y
besar muy cerca de la boca, yo le di un beso en los labios desnudos, un beso
fugaz, y como Olivia hizo un gesto de sorpresa y se echó a reír, luego, en
cuanto se quedó otra vez seria, volví a besarla, como compartiendo la broma, y
ella volvió a reírse, pero a la tercera vez me puso un dedo en los labios y me
dijo en voz baja: buenas noches, y lo que más me turbó y excitó fue su dedo en
mi boca, porque era ella, no yo, quien había tomado esa iniciativa tan espontánea y llena de
alusiones.”
La vida negociable, Luis Landero
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