Cuando la noche se inclina y parece que pronuncia tu nombre, hundes tus manos en la
oscuridad y buscas a tientas el cuerpo inabarcable de tu memoria.
Ese pálpito en la punta de los dedos, la densa respiración de todo cuanto existe, te obliga a permanecer en la sombra.
Ninguna imagen tiembla en el espejo. Ninguna superficie se apiada de ti.
Todo está vuelto sobre sí mismo y nada consigue reflejarte. Una pausa, y el tiempo
detenido cae sobre tu silencio.
Cuántas palabras a punto de oscurecerse bajo tu lengua. Cuánto deseo en los ojos que
se abren por última vez.
Apártate un poco y comprende que nada podría ser el inicio ni el centro
en este cuarto cerrado. Que todo será dicho de golpe en medio de la sombra
y muy lentamente.
Lucia Estrada
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