Llovió, pero, lejos de limpiarlo todo, arrastró
la suciedad hasta hundirlos en el lodo. Las cadenas se habían roto y, ahora,
todo era inmundicia; desorden y caos en aquel universo que siempre había sido
cobijo. Hasta ahora; hasta hoy.
Ahora, nada. Cinco y nada. La nada más absoluta
ahogándolos en un pozo de miserias y reproches que, quizá, mañana carezca de
sentido. Hoy no.
Y ahora,
¿cómo?
La corriente pasada trae aguas putrefactas que
axfisian y afligen al que intenta salir a la superficie a tomar un poco de
aire. Inunda a cinco.
Y vuelven a ser letales. Palabras instaladas, a
modo de altar, donde la conciencia habita, donde el corazón adolece, ahora.
¿Cómo deshacerse de ellas? Imposible;
innecesarias y no efímeras. Eternas.
Eso, eternas.
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