domingo, 5 de marzo de 2017

Cultura siempre, siempre cultura

Qué bueno que volviste…

Cuestión de cultura, dirán muchos. Quizá todos.

Este fin de semana se ha celebrado en Olivenza la XXVII Feria del toro. Es, sin duda, una de las fiestas en la que se consigue recaudar más dinero para la ciudad. La gente come fuera de casa y, después, frecuenta los bares de la zona hasta altas horas de la madrugada, o, en su defecto, hasta que llega la hora de hacer botellón. La plaza de toros, por su parte, acoge a cientos de aficionados que esperan ansiosos el comienzo del sublime espectáculo. Yo nunca. Con todo mi respeto, siempre, a quienes aman la tauromaquia y a los que viven de ella. No pagaría JAMÁS por entrar en ese circo donde miles de ojos expectantes esperan la salida del artista para ver cómo despliega su arte con el estoque sobre el cuerpo de un animal que ha nacido para eso.  En otras palabras, torturar a un animal con fines lúdicos. Aplausos, gritos y olé. Prefiero otro tipo de arte...

 Ya puede ser España muy taurina que yo no. A lo mejor son estos los mismos que comentan luego indignados la barbaridad de los habitantes de Manganeses de la Polvorosa cuando tiran la cabra desde el campanario. Uy, qué falta de ética más grande. Uy, es, solo, mi opinión.


Mamá, ya te lo decíamos el año pasado Elena y yo: si un albañil se cae de un andamio ni siquiera sale en las noticias. Ha muerto haciendo su trabajo. Pero el torero nunca muere haciendo su trabajo, a él lo mata el toro que después es sacrificado junto a su familia. No celebro, pero son riesgos que encierra la profesión. Como los del piloto de avión, los del conductor de un autobús escolar y los de algún docente que ha muerto a manos de alguno de sus alumnos. Sí, riesgos de la profesión. 

Emocionante reaparición de Antonio Ferrera en Olivenza, donde compartió salida a hombros con El Juli

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