Qué bueno que volviste…
Cuestión
de cultura, dirán muchos. Quizá
todos.
Este
fin de semana se ha celebrado en Olivenza la XXVII Feria del toro. Es, sin duda,
una de las fiestas en la que se consigue recaudar más dinero para la ciudad. La gente come fuera de casa
y, después, frecuenta los bares de la zona hasta altas horas de la madrugada,
o, en su defecto, hasta que llega la hora de
hacer botellón. La plaza de toros, por su parte, acoge a cientos de
aficionados que esperan ansiosos el comienzo del sublime espectáculo. Yo nunca. Con todo mi respeto, siempre, a
quienes aman la tauromaquia y a los que viven de ella. No pagaría JAMÁS por
entrar en ese circo donde miles de
ojos expectantes esperan la salida del artista
para ver cómo despliega su arte con el
estoque sobre el cuerpo de un animal que
ha nacido para eso. En otras
palabras, torturar a un animal con fines lúdicos. Aplausos, gritos y olé. Prefiero otro tipo de arte...
Ya
puede ser España muy taurina que yo no. A lo mejor son estos los mismos que
comentan luego indignados la barbaridad de los habitantes de Manganeses de la
Polvorosa cuando tiran la cabra desde el campanario. Uy, qué falta de ética más
grande. Uy, es, solo, mi opinión.
Mamá,
ya te lo decíamos el año pasado Elena y yo: si un albañil se cae de un andamio
ni siquiera sale en las noticias. Ha muerto haciendo su trabajo. Pero el torero nunca muere haciendo su trabajo, a él lo mata
el toro que después es sacrificado junto a su familia. No celebro, pero son
riesgos que encierra la profesión. Como los del piloto de avión, los del conductor
de un autobús escolar y los de algún docente que ha muerto a manos de alguno de
sus alumnos. Sí, riesgos de la profesión.
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Emocionante reaparición de Antonio Ferrera en Olivenza, donde compartió salida a hombros con El Juli |
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