jueves, 30 de marzo de 2017

Tampoco

Todavía recuerdo el olor a gasolina que desprendía tu traje naranja y rojo, y el sabor de los toblerones que me traías a casa cuando terminaba tu jornada laboral. Seguí disfrutando de esos colores en un cuerpo más débil y anciano hasta hace unos años. Los he vuelto a ver en casa, pero ya no están llenos de vida. Tampoco los programas que veíamos mientras mamá nos decía: “Quitad eso de ahí, siempre estáis viendo esas tonterías en la televisión”. Ni tu voz para quejarte del humo del tabaco que tanto odiabas o para recetarnos, siempre, voltarén como solución a todos los males. Tampoco el entusiasmo cuando el Barça jugaba; ese entusiasmo con el que “un espontaneo salta al campo…” apareció en el periódico cuando el equipo, por entonces de segunda división, vino a Badajoz. Tú siempre fuiste de primera. Ni la radio y la botella de agua cuando te ibas a la cama. Tampoco tu plato de tomate, anchoas y seis aceitunas para cenar, la mayoría de las veces. Ni tus Roky que ahora utilizan tantas personas, pero ninguna tiene tu voz; nadie suena como tú. Tampoco tu manía de madrugar tanto para salir con la Leo, ir a comprarme la fruta que me traía los domingos a Cáceres, o visitar por mí, siempre o casi siempre, la consulta de Fernando. Tampoco tus historias. Ni las estrellas fugaces. Tampoco todo lo quedaba por vivir, hacer y decir.

Pero te sigo viendo y sigues estando siempre…

“yo extraía del mundo material un sentimiento como el que sentía siempre, dentro de mí, frente a sus grandes y brillantes ojos. Sin embargo, no podía definir ese sentimiento o analizarlo, o simplemente percibirlo con calma. Lo reconocía, repito, algunas veces, en la observación de una viña que crecía rápidamente, en la contemplación de una falena, de una mariposa, de una crisálida, de un arroyo. Lo he sentido en el océano, en la caída de un meteoro. Y hay una o dos estrellas en el cielo en cuyo estudio telescópico he descubierto ese sentimiento. Me ha colmado el escuchar ciertos sones de instrumentos de cuerda, y no pocas veces el leer pasajes de determinados libros”.
Ligeia, Edgar Allan Poe



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