Al
final era verdad lo que decía en una de mis entradas anteriores, que cuando
bajase al pueblo me iba a poner como una loca a buscar Nada de Carmen Laforet para perderme en sus páginas. Lo que no
sabía entonces es que iba a tener el placer de explicar esta obra a los que, durante
un mes y medio, serán mis alumnos.
Ayer,
después de ser recibida por mis osos-perros-leones,
y de besar a mamá, me dirigí a mi habitación a ver mis libros. Otra costumbre
que adoro. Busqué Nada y lo localicé enseguida.
Manías de quien suele acordarse de la edición en la que compró sus joyas y las reconoce, rápidamente,
al ver su lomo.
Lo
único que tenía claro ayer por la noche era cómo iba a plantear mi clase esta
mañana cuando me pusiese a trabajar sobre ella, y así ha sido. Textos.
Tengo
que explicar la novela de posguerra y apoyarme en un texto. Pues, como a mí me
gusta hacerlo todo al revés siempre y, a decir verdad, tampoco me ha ido tan
mal, voy a llevar un Power Point con dos apuntes teóricos y nueve fragmentos
sobre la obra. Los dos apuntes teóricos
lo único que me permiten es situar la obra dentro de un contexto histórico, social
y cultural para que los alumnos puedan entender todo lo que viene después. A
partir de ahí, yo leo los fragmentos en voz alta, ellos escuchan, deducen,
reflexionan, y, al final, hablan. Tal que así. Bien creo que en los fragmentos
que he seleccionado los alumnos pueden identificar características
fundamentales de la novela de posguerra, concretamente de la existencial.
Pensaba
que iba a volver a estas páginas por el mero placer de recrearme en la lectura
de esta, la obra que leí hace cuatro años, pero no. He vuelto también empujada
por la necesidad que imponen las
obligaciones. ¡Benditas obligaciones!
Ahora
me acuerdo de una conversación que, no hace muchos días, tuve con Sandra. Recordamos
las clases y los exámenes orales con J.L.B. en segundo de carrera sobre Literatura Contemporánea. Sandra y yo
comentábamos aquel examen sobre la Generación del 27. Recuerdo la sensación
horrible, antes de entrar en el aula. Creía ser un cordero a punto de morir a manos de un cruel carnicero, pero cuando abandoné aquella clase había olvidado por
completo que acababa de salir de un examen. ¿Magia? creo que sí, era magia.
Reproduzco
aquí ahora un fragmento de Nada que
tiene el mismo tono y tinte que el día:
“Me
parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino,
cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para
trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel de
espectadora. Imposible salirme de él. Imposible libertarme. Una tremenda
congoja fue para mí lo único real en aquellos momentos.
Empezó
a temblarme el mundo detrás de una bonita niebla gris que el sol irisaba a
segundos. Mi cara sedienta recogía con placer aquel llanto. Mis dedos lo secaban
con rabia. Estuve mucho rato llorando, allí en la intimidad que me
proporcionaba la indiferencia de la calle, y así me pareció que lentamente mi
alma quedaba lavada.
En
realidad, mi pena de chiquilla desilusionada no merecía tanto aparato. Había
leído rápidamente una hoja de mi vida que no valía la pena recordar más. A mi
lado, dolores más grandes me habían dejado indiferente hasta la burla…
Corrí,
de vuelta a casa, la calle de Aribau casi de extremo a extremo. Había estado
tanto tiempo sentada en medio de mis pensamientos que el cielo se empalidecía.
La calle irradiaba su alma en el crepúsculo, encendiendo sus escaparates como
una hilera de ojos amarillos o blancos que mirasen desde sus oscuras cuencas...
Mil olores, tristezas, historias subían desde el empedrado, se asomaban a los
balcones o a los portales de la calle de Aribau. Un animado oleaje de gente se
encontraba bajando desde la solidez elegante de la Diagonal contra el que subía
del movido mundo de la plaza de la Universidad. Mezcla de vidas, de calidades,
de gustos, eso era la calle de Aribau. Yo misma: un elemento más, pequeño y
perdido en ella.
Llegaba
a mi casa, de la que ninguna invitación a un veraneo maravilloso me iba a
salvar, de vuelta de mi primer baile en el que no había bailado”.
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