sábado, 4 de marzo de 2017

Vicios confesables (II)

Como en tercero de carrera, cuando me compré, de golpe, los dieciocho libros de Siglo XVIII. Bueno, miento, diecisiete; Marta abandonada y el Carnaval de París no aparecía por ningún lado.

Como el año pasado en verano, que juré, tras una jornada laboral de más de 10 horas, que empezaría a controlar más el dinero. Al día siguiente me compré 72 libros. 

Como cuando yo misma me autoconvenzo de que no me hace falta una obra y, meses después, la busco como una loca por internet hasta dar con ella. Y me la compro. Siempre poniendo como excusa lo mismo:

-Venga, el último.

 Y claro, ¡qué mentira más grande!

 De Gallardo a Unamuno (Madrid, 1926), que en su día no lo compré para acabar comprándolo hoy.

Y la que hoy iba a ser una noche por los bares cacereños de la plaza, se ha convertido, otra vez, en  una noche solitaria de sofá, portátil y libros.

Carlos dice que me voy a quedar sin amigos. Y claro, ¡qué mentira más grande, también!, él mismo lo sabe. 






Estoy deseando recibirlo y ver, tocar y oler la cubierta de piel. De vicios confesables, también. Está algo deteriorada (supongo que por el uso o el tiempo) pero es preciosa. Además, me gusta más así.  Los libros antiguos y Mabel; Mabel y los libros antiguos. Esto sí que es amor. 

Y yo tan contenta cuando el repartidor toca el timbre y pregunta por Mabel Dordio. Espero que la semana que viene sea un día de esos. Además, me espera también O Futuro de Abraham Gragera. 

Venga, que es el últi...

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